Ha muerto Irene Sendler, la mujer que salvó a 2.500 niños del gueto de Varsovia. Durante años no se supo de su existencia porque el comunismo nunca habló de ella. Fueron unos estadounidenses quienes descubrieron la hazaña de esta mujer que sacaba a niños del gueto, los escondía bajo nombres católicos y guardaba sus identidades en botes de conserva, bajo un manzano. Condenada a muerte por los nazis, fue rescatada por la resistencia cuando iba camino del patíbulo. En la prisión de Pawiak, encontró una estampa con la leyenda 'Jesús, en vos confío'. La conservó hasta el día en que se la regaló a Juan Pablo II. Descanse en paz esta mujer, justa entre los justos. Dicen los que dicen conocer el conflicto árabe-israelí que el Estado de Israel nació gracias al holocausto. En parte, pues, a esa Europa con mala conciencia de la que Irene Sendler fue una de sus pocas honras. Esta afirmación, repetida hasta convertirla en un axioma del discurso antiisraelí, es, sin embargo, una de las muchas mentiras que adornan la historia del conflicto.
Contrariamente, ni Gran Bretaña - que acuñó el término judenfrei,libre de judíos, cuando creó el reino de Transjordania- ni nadie en Europa tuvo en cuenta el holocausto, y los puertos de todo el mundo se mantuvieron cerrados a la llegada de los supervivientes del exterminio. Sólo cabe recordar la tragedia del Patria,con 1.700 judíos, que se hundió en Haifa sin que los británicos permitieran su amarre. O el buque Struma,que fue relanzado a mar abierto y naufragó en el mar Negro, donde se ahogaron centenares de judíos. O la tragedia del Exodus...Si la creación del Estado de Israel llegó finalmente a la ONU, hace 60 años, fue por el encono de los judíos que, desde hacía siglos, soñaban con esas tierras, origen de toda su memoria. Pero fue, también, por la lucha suicida que protagonizaron hasta conseguir el reconocimiento. A partir de ese momento nació el Estado de Israel, que no tuvo ni un día de respiro y que ha logrado sobrevivir contra todo pronóstico.
No sólo ha sobrevivido. También ha conseguido cuajar una democracia en una tierra convulsa y avanzar en ciencia y medicina.
Sin embargo, su creación también es el inicio de un edificio de mentiras que ha construido la distorsión más flagrante de la historia moderna. Y en ese edificio se basan la mayoría de los tópicos que criminalizan a Israel.
Sobre Israel no se analiza, se miente, hasta el punto de que muchos de los solidarios con Palestina crean una historia paralela que nunca existió. Por ejemplo, que 'Palestina siempre fue árabe'. Nunca existió ningún Estado árabe en Palestina, considerada por los árabes parte de Siria. Desde el año 1300 a. C. existió un reino hebreo. O que 'los judíos robaron las tierras a los árabes'. Mentira. En 1947 los judíos tenían 463.000 acres: 45.000 comprados a los británicos, 30.000 a las iglesias y 387.500 a los terratenientes árabes, la mayoría residentes en Damasco. Y así hasta el infinito. El concepto de pueblo palestino tiene 50 años: nace en los campos de refugiados jordanos y fue usado por estos países para mantener una situación de guerra. El resultado actual es la derivada de la injerencia árabe, la corrupción de sus dirigentes, la inculcación del fanatismo, primero panarabista y ahora islámico, y la negativa musulmana a tener de vecino un país democrático. Si 60 años después aún no hay paz, lo fácil es culpar a Israel, y sin embargo ningún otro país está más harto de la guerra. No así sus vecinos, que continúan financiando el terrorismo, alimentando el odio antijudío y negando toda opción de paz.
La nakba palestina, pues, no nació hace 60 años de la mano de los judíos. Nació el día que los árabes decidieron usar a los árabes de Tierra Santa para destruir un joven Estado. Y nunca más dejaron de usarlos.
Podemos levantar banderas de odio a Israel, como hacen tantos izquierdistas. Pero la verdad sigue siendo tozuda. Israel es el único Estado del mundo amenazado de destrucción. El único que tiene que pedir perdón por existir. Y el único que puede desaparecer. Sesenta años después, los descendientes de la shoah aún no viven en paz. Y ahora, como entonces, continúan llevando el estigma de la culpa. Nada nuevo, pues, bajo el sol bíblico.
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