jueves, 6 de septiembre de 2007

Argentinos... que lástima

Cristián Sirouyan (que no tengo idea de quién es, pero parece simpático) escribió en Clarin lo que sigue, y me resultó tan repulsivo que se los quiero mostrar... Lo tituló "Prejuicios"



Con frecuencia, a los argentinos se nos va la mano con el sobrepeso que cargamos en los viajes más allá de las fronteras. Pero hay una considerable porción de ese lastre que no va a parar a la valija, un contenido intangible surgido de nuestros crónicos miedos, mezclados con los prejuicios. Son marcas indelebles del pasado y de las contradicciones del presente.Una mañana de otoño, en Perú, ese chip incorporado puede haber sido el causante de la reacción intempestiva de una mujer que superaba cómodamente los 50 años. La señora prefirió abstraerse del paisaje de montaña, selva y río que enmarcaba su gesto severo en Aguas Calientes -al pie del maravilloso cerro Macchu Pichu- y advertir en un sonoro susurro a sus compañeras de tour: "Ojo, chicas, cuiden bien la cartera, no sea cosa que nos afanen. Los peruanos tienen mala fama".
El guía -un joven cusqueño siempre sonriente y dispuesto pa' lo que necesite, amigo- trató de explicar a la atribulada turista que le podía ir mal por la vida con las generalizaciones. No tuvo suerte: primero, la mujer lo fulminó con la mirada; enseguida, de la actitud precavida pasó al ataque y le devolvió la osadía con otro mazazo: "Querido, no te metas que vos también, con el pelo largo, vaya a saber en qué andarás". Venía bien un soplo de brisa fresca en esa jornada ya calurosa, pero bastó con el frío que me recorrió el cuerpo.
La señora irascible subió al micro aferrada a sus pertenencias, mientras escrutaba minuciosamente todo alrededor. Ya no se atrevían a acercarse los vendedores de artesanías y baratijas varias. Un rato después, en la ciudadela mayor del Imperio incaico, el compacto elenco estable de mujeres bien argentinas en plan de viaje ignoraba las revelaciones que el guía brindaba sobre la monumental obra. Esta vez, se quejaban porque sus celulares se resistían a funcionar y gritaban su molestia porque "los japoneses andan por todos lados sacando fotos". De paso, -estiradas sobre las piedras de un centro ceremonial, como si se tratara de cualquier banco de plaza-, se perdían la magnífica obra pergeñada por la naturaleza y el ingenio humano en Perú.

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