jueves, 25 de octubre de 2007

Una misma mirada...

Abrió los ojos, y vio, como si le costara ver, la pared despintada enfrente suyo. Pensó que tenía suerte con solo tener eso. Le dolía el cuerpo, tenía frío, pero se sentía feliz. Había escuchado, antes de volver a dormirse, el llanto de sus dos bebes recién nacidos...

En la habitación de al lado, un hombre con porte altivo, de unos cincuenta años, con una dura mirada, revolvía papeles enfrente de una pareja joven, sonriente...
-Acá esta, tienen que firmarme esto y el bebé será suyo... les aseguro que es hermoso... hasta se parece a usted-dijo, y miró a la mujer.
-Quisiéramos ver a la madre, para agradecerle esto que hace por nosotros-dijo el joven.
-Eh... ahora ella se encuentra un poco cansada, no podrá recibirlos... de todas formas, sepan que están haciendo un bien, ella es muy joven, y tiene una familia muy grande, no hubiera podido mantenerlo... Pero si insiste, le puedo dejar una dirección...
El hombre anotó en un papelito una dirección, y la pareja firmó. Pero ellos nunca encontraron esa dirección.

Volvió a despertar, pero esta vez como si hubiera tenido un mal sueño. Vió otra vez la pared despintada, y escuchó pasos que se acercaban, y algo de eso no le gustó. Adivinó el porte altivo, la mirada dura, el gesto serio, antes de que la puerta lo permitiera ver. Antes de que hablara, vió en los ojos fríos...
-Señorita,
...algo cruel...
-le tengo una noticia, uno de sus hijos...
...la mentira.
-nació muerto.
Y el grito fue desgarrador.
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El mate calentaba sus manos, mientras veía por el hueco que alguna vez fue una ventana como el sol alumbraba la mañana fría. Los charcos de la calle de tierra estaban escarchados, como sucedía siempre en esas fechas. Hoy cumplía 17 años, pero nadie lo recordaría.
Vió al viejo Matías durmiendo sobre un montón de cartón. Seguramente se tapó con diarios, pero volaron por la noche. Pronto despertarían las señoras, que inventarían un desayuno para siete, con veinticinco centavos y pan duro. Seguramente esperarían a sus hombres, que salieron a buscar el alimento para la familia, con gusto a cartón y chapa. Los niños van a despertar, comerán lo que haya, si es que hay algo para comer, y saldrán a trabajar algunos mientras otros harán alguna tarea de la escuela o ayudarán en la casa. Ellos no se preocupan, no les molesta su vida, quizá porque no imaginan algo mejor. Los otros, los grandes, se levantan esperando el día en que de repente todo cambie, llueva plata, consigan sus sueños o, al menos, conseguir una casa que no tenga techo de paja, una comida para sus hijos, tiempo para vivir. Pero llevan años de desilusiones, y no se sorprenden cuando el día, al final, no llega.
El mate ya estaba frío en sus manos, pero aún no lo había notado. El recuerdo de la semana pasada le volvía, una y otra vez, con el silencio del día.
“Creciste criticando a tu padre, pero sos como él”
Las palabras le retumbaban en el cerebro. Su padre había abandonado a su madre cuando había quedado embarazada de él. Ella tenía quince, vivía con seis hermanos, y se sentía sola. Pero la familia la ayudó, él creció como un hermano más, con esa vida, pero creció.
Ahora era él quien iba a tener un hijo. Dejo embarazada a una piba, de catorce. Y está perdido... no puede hacerse cargo, su madre no lo entiende. No, él no lo entiende.
Salió afuera a fumar. No lo hacía de vicio, es que estaba nervioso. Y el cigarrillo le frenaba los nervios, lo dejaba pensar. Se sentó en la vereda. El sol apenas calentaba, pero el frío ya no le parecía algo grave. Su madre sí recordaría que hoy es su cumpleaños. Pero no va a venir. Y eso, es lo que le duele.
Tiró el cigarro y empezó a caminar. No sabía adónde iba, pero a algún lado iba a llegar. Vió a unos chicos, de doce o trece, inhalando pegamento con una bolsa. Eso era arruinarse la vida, pensó. Tan chicos... solo cuatro años les llevaba, pero ahí cuatro años era una eternidad. Pasó por la escuela, un edificio viejo, arruinado, que se distinguía del resto, porque era de ladrillo. Fue hasta tercer grado a esa escuela, aprendió a escribir, aprendió a leer, a sumar... Su maestra les explicó que era importante todo eso, pero no para vivir en la villa. No había materias para sobrevivir...y la vida era la única maestra.
Vió a sus amigos por allí. Fue caminando hacia ellos. Tenían planes. Noche de acción. Irían al barrio alto, fácil, robarían algo y se volverían. Nada de encuentros, nada de roces. “¿Vas?”. “Y...”
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-“Imaginen por un momento que esas dos personas, que son iguales genéticamente, son sometidas a dos tipos distintos de educación, opuestos, tal vez… ¿Qué pasaría? Seguramente compartirían rasgos en común, pero sus ideas serían muy distintas. ¿Qué nos dice esto?”- miró a sus alumnos, pero entendió que aburría a todos- “Bien, traigan alguna reflexión escrita para mañana”.
En el fondo del aula, él se desperezaba.
-¡Qué bodrio son las clases estas!-dijo bostezando.
Sus amigos le sonrieron.
Salieron al recreo, al imponente salón principal de la escuela. Se sentaron, como siempre, en uno de los bancos de mármol.
-Miren aquél como está vestido-dijo él, señalando, sin cuidarse de que no lo vean, a un pibe que estaba por detrás de sus amigos- Mirá las zapatillas, ¡deben de haberle salido menos de quince pesos!
-Seguro es algún becado-intuyó uno de ellos, con un evidente gesto de reprobación.
-No pueden hacer esto, ya se mete cualquiera en esta escuela, ¡falta que venga gente de la villa y estamos completos!-dijo él, y todos rieron.

-Bueno, no se olviden, hoy a la noche en casa-dijo él a la salida. Planeaba organizar alguna fiesta, capaz alguna mina, un poco de alcohol, si conseguían cocaína también... al fin y al cabo, diecisiete se cumplen solo una vez, y él no iba a desaprovechar esa vez.
Mientras caminaba por las calles llenas de pequeñas mansiones de su barrio alto, iba armando su día. Iría al club a jugar al tenis, o se quedaría en su casa preparando algunas cosas para la noche. Sus padres no estarían, nunca estuvieron, siempre andaban ocupados ganando plata, manejando sus compañías... Algunos le dicen que tiene unos padres fabulosos, pero él no los conoce, nunca pasan tiempo junto a él. Tal vez fue muy rápido, al fin y al cabo paso todo muy de golpe, les cayeron las responsabilidades sin que pudieran darse cuenta. Es que seguramente tampoco sabían que a su hijo le hacía falta su compañía, sino quizá dejarían todo por él. Aunque no fuera su verdadero hijo.
Entro a su cuarto. Tenía algunos cuadros de generales colgados en la pared, rodeados de artículos sobre aviones de guerra, barcos, historias del ejército. Prendió el equipo de música y empezó a sonar rock pesado. Se recostó en su cama, mirando la guitarra eléctrica que colgaba del techo, pero sin ganas de levantarse y tocarla. “Ojalá venga Virginia”, pensó. Le gustaba esa piba. Era un poco rara, le gustaba el socialismo, se preocupaba por la gente de la villa por ejemplo. Tal vez tendría razón... de todas formas, no le molestaba. Ella le gustaba de verdad. Había salido con muchas chicas, de hecho ahora estaba con Natalia pero era solo estar. Amor, era lo que sentía por Virginia. Y eso lo tenía bien claro.
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-¿Ya saben que casa?-pregunto.
La noche era fría y en ese lugar no había nada de reparo. Estaban en el camino de tierra que subía al barrio alto, esperando a que lleguen los dos que fueron a ver si se podía llegar sin ser vistos.
-Si, es una que siempre esta vacía. Nunca nos metimos ahí así que seguro tienen pocas precauciones. Parece que tienen cosas lindas...
Ni bien termino su amigo de decir eso, se le cruzó por la cabeza lo que estaba haciendo. Se imagino otra vez en el lugar del otro, del que le roban la casa. Pensó en unos viejitos, indefensos, asustados; o en un niño al volver a su casa y no encontrar nada de lo que dejo. ¿Por qué a ellos? se pregunta, pero no encuentra respuesta. Le gustaría saber que piensan sus amigos, no cree que piensen como él...
-Che, ¿la agarrás?-le dijo uno, acercándosela.
Bueno, al fin y al cabo, por él nadie tuvo lástima, ni nadie va a tenerla, ¿por qué se va a fijar en ellos, si ellos nunca se fijarán en él?
-Si, dale-dijo, y agarró convencido la pistola. En ese mismo momento, su madre escribía una nota que decía perdón y la dejaba sobre su cama, porque no lo encontró.

Suenan fuerte por los parlantes algunas bandas de marcha. El salón es amplio y ya tiene bastante gente. Algunos bailan, otros toman, charlan en grupitos.
-¿Trajiste?-preguntó él, haciéndose escuchar a pesar del sonido aturdidor.
El otro hizo una sonrisa que demostraba obviedad.
-Pero claro, ¿pensaste que no la iba a traer?
Y sonrieron cómplices los dos.
-Vení -indicó él-, en mi pieza vamos a estar más tranquilos-y marcharon para allá.
-Vamos a ver que tan bueno es lo que trajiste-dijo él sonriendo, ni bien llegaron.
-¿Lo preparo en esta mesa?-preguntó el otro, señalando una mesa con mantel azul cerca de la ventana, y sacando con su otra mano una bolsa con un polvo blanco de su bolsillo.
-Como quie...-un ruido a disparo lo hizo callar. De pronto todos gritaban y corrían en el salón.
-Voy a ver que pasa-dijo el otro y salió corriendo hacia el salón.
Él se quedo en su pieza. No sabía que hacer. Se paró, se puso a dar vueltas. Pero, de pronto, se quedó helado. A sus espaldas había entrado alguien por la ventana. Se dió vuelta con miedo y lo vió a él, sosteniendo un arma.

Estaban los dos mirándose a los ojos. Su cuerpo ya no era el mismo, uno tenía las cicatrices de una vida dura y otro la piel cuidada. Pero los ojos permanecieron iguales todo ese tiempo. Sus ojos eran los mismos. Ellos eran el mismo. Uno vió en el otro una vida llena de lujos, sin hambre, sin suciedad, vió a una familia armada, vió una vida de sonrisas... el otro vió la ayuda, el compañerismo, vió la vida sin lo material, y comprendió que así era hermosa, era pura, era real... En ese momento, todo calló en el lugar. Ellos seguían mirándose a los ojos; él bajo el arma. Lejos, se escuchaba la sirena de la policía.

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