lunes, 17 de noviembre de 2008

Delicias del gusto neoliberal-A. Lopez


La marcha contra lo’pibe chorro, que recientemente engalanaran el intendente K Posse, el ya insólito míster Blumberg y el rabino Bergman en la localidad bonaerense de San Isidro, así como la bochornosa propuesta del gobernador Daniel Scioli para disminuir irresponsablemente la edad de imputabilidad de menores, está en línea con sus ideologías, potenciadas en este caso por un irresponsable “seguidismo” del estado de la “opinión publicada”. Se trata de propuestas sin fundamento estadístico serio, sustentadas en la espectacularidad del discurso periodístico o el pavoroso “sentido común” que da soporte a las bandas de neofascistas barriales organizadas en asociaciones vecinales del tipo “Tú me cuidas, yo te cuido y juntos masacramos a la sucia negrada amiga de lo ajeno”. Con respecto a la ausencia de sustento empírico para clamar por una baja en la edad de imputabilidad, la socióloga Alcira Daroqui, investigadora del Instituto Gino Germani, especialista en control penal juvenil, sostiene: “No hay estadísticas públicas de delitos cometidos que respeten intervalos etarios que permitan afirmar la existencia de crecimiento en la comisión de delitos por parte de menores de 16 años, que ya son hoy mismo punibles. Todas las estadísticas públicas disponibles cortan el universo etario de delitos en ‘menores de 18 años’, y no parece que el intervalo abierto entre los 15 años o menos, grupo etario al que impactaría la baja en la edad de imputabilidad, sea el responsable del aumento estadísticamente significativo en la participación delictiva de los jóvenes, que sí es un hecho objetivo, pero a partir de edades que ya son punibles en la actualidad”.Ahora bien, cabe preguntarse entonces quiénes son estos jóvenes, hoy ya punibles, que efectivamente han aumentado su actividad delictiva en los últimos años y cuál es su entorno socioambiental.Al respecto, la investigación realizada en Córdoba por el doctor Cosacov arroja datos singulares (ver infografía) sobre el perfil real de este conjunto social tan temido que no proviene de las capas más bajas de la sociedad, los indigentes, con hogares por debajo de los $570 mensuales como ingreso. Según el informe, sólo el 30% utiliza habitualmente sustancias para delinquir, y éstas son las de uso legal como el flunitrazepan y otras benzodiacepinas, que promueven un efecto paradójico ingeridas con alcohol y a posteriori inducen amnesia retroactiva, efecto que evita el estrés postraumático tras cometer el delito, puesto que el joven no recuerda el episodio en absoluto. Casi no utilizan cocaína. La mayoría absoluta, sin embargo, ha ingerido cantidades excesivas de alcohol en el momento de cometer el delito, exceso medido según los estándares habituales de alcoholemia. El 70% de ellos no comete delitos mayores o violentos, tampoco homicidios, y si la muerte de la víctima finalmente sucede, estos pocos casos resultan homicidios no buscados, de carácter preterintencional. La característica socioambiental que más se repite en estos jóvenes y adolescentes delincuentes es el abandono escolar o la repitencia, y el objetivo del delito es acceder a ingresos complementarios no para ayudar a las familias de origen, que en un 95%de los casos no estimulan la actividad delictiva de estos jóvenes, sino para acceder a objetos que transfieren estatus y poder, en especial telefonía móvil, zapatillas sofisticadas y ropa en general de marcas internacionales o locales de alto precio y calidad. No cometen delitos por “comida”, menos “mandados por sus padres, tutores o encargados”. Debe advertirse entonces sobre la intencionalidad política de la derecha argenta –hoy reinstalada con fuerza– en vincular a los jóvenes carecientes como vector y móvil central del delito violento en la Argentina actual, imagen estereotipada por el discurso de los reformadores sociales de izquierda, y su insistencia en correr el tema del delito al desván de la ausencia de “contención social” de los “excluidos” del sistema. Los datos empíricos en grandes centros urbanos no parecen confirmar estas hipótesis. En efecto, tras la salida de la megacrisis, los objetos que transfieren estatus, poder y permiten sostener la ilusión de “pertenecer” parecen estar en el centro de las expectativas de los jóvenes delincuentes, la mayoría proveniente de sectores sociales con seguridad alimentaria garantizada o de clase media baja. En síntesis, la ciudadanía argentina enfrenta las delicias propias de vivir en una sociedad construida al gusto del neoliberalismo, poblada de salvajes contrastes materiales y simbólicos, donde los jóvenes delincuentes no vienen del subsuelo de la patria ni reclaman por sus milanesas de multisoja. Nos solicitan gentilmente dinero, las Nike, los iPod. En fin, Just do it!