viernes, 19 de diciembre de 2008

Defensa del gordo-Reynaldo Sietecase

¿A quién le toca este año? La pregunta atraviesa a muchas familias como un mandato temido y entrañable. Es un papel difícil. El público es muy exigente. Cualquier error de interpretación podría desencadenar una catástrofe. Un tsunami de llantos. En general, si no se consigue voluntario, la tarea recae en el adulto con más hijos o en el tío soltero siempre dispuesto a congraciarse con todos. Ser Papá Noel no admite pasos en falso. Algunos lo disfrutan y no aceptan relevos. Es como ser Alfredo Alcón por unas horas. Otros le escapan. A falta de valientes, a veces les toca a las mujeres de la casa encarar al personaje. Más allá de cualquier discusión, está claro que se trata de un rito de la ilusión. Y todo vale. Las voces cavernosas o el silencio. Las barbas falsas y los almohadones. La aparición lejana en la terraza o la irrupción sorpresiva en un balcón, con la luz baja. El verdadero San Nicolás era un obispo de origen griego nacido en el año 280 en la ciudad de Patara, Licia, actualmente Turquía. La versión que sostienen los creyentes asegura que Nicolás, que provenía de una familia adinerada, descubrió su amor por Dios muy joven. Se hizo sacerdote a los 19 años y llegó a obispo. Se le atribuyen diversos milagros. Incluso, dicen que resucitó a un marinero. En su camino a la santidad, el llamado “obispo de los niños” se dedicó a repartir la fortuna familiar entre niños y adolescentes pobres. A tres niñas pobres que no tenían dote para casarse, les dejó dinero en las medias que éstas habían colgado en la ventana para secarse. De allí vino la costumbre de colgar las medias para recibir sorpresas.Con el tiempo, cualquier regalo imprevisto fue atribuido a San Nicolás. La leyenda se extendió primero por el Oriente católico y luego llegó a todos los países de Europa. Las Iglesias para honrar “al santo de los regalos” se hicieron muy populares. San Nicolás fue declarado patrono de Grecia, Turquía, Rusia y Lorena. Las imágenes que lo recuerdan lo muestran como un hombre alto, de larga barba, vestido de blanco. Esa figura se mezcló luego con las creencias nórdicas del Padre Invierno y “los abuelos generosos” de Alemania. El personaje estaba a punto de caramelo. Los colonos holandeses lo llevaron en sus relatos a los Estados Unidos. A comienzos del siglo XIX, el escritor Washington Irving le quitó sus ropas clericales y lo convirtió en “el guardián de Nueva York” (que era la Nueva Amsterdam): un holandés amable y bonachón. Sinter Klaas (en holandés San Nicolás) que en poco tiempo pasó a ser el Santa Claus del mundo anglosajón.El primero que lo dibujó fue el alemán Thomas Nast, en 1862. Ganó barriga y perdió religiosidad. Volvió a Europa para fusionarse con Father Christmas, que ya era popular entre los ingleses. En Francia, el Padre Navidad se convirtió en Papá Noel (Navidad en francés) y con ese nombre llegó primero a España y después a toda Hispanoamérica. Así tuvimos un anticipo del realismo mágico: un gordo abrigado hasta el cuello con gorro y botas, cuyo domicilio conocido es el Polo Norte, recorriendo el Caribe, Manaos, Formosa o el Bajo Flores al mando de un trineo con ocho renos. En las grandes ciudades del litoral argentino, los inmigrantes europeos le dieron una mano. No tenían chimeneas pero sostuvieron el mito de sus padres a fuerza de algodón para simular la nieve y fruta seca y budines deglutidos con 40 grados de temperatura a la sombra. Con esos aliados, Papá Noel se convirtió en imbatible. Pocos meses antes de morir, el maestro Osvaldo Soriano me mandó una postal con un Papá Noel gordo, con su traje rojo, su barba blanca, bebiendo una botella de Coca-Cola. En 1986 había escrito una crónica imperdible sobre esa bebida (“Historia de un símbolo del capitalismo moderno”) para la revista Crisis. Ocurre que en pleno siglo XX la empresa le encargó al pintor Habdon Sundblom que rehiciera a Santa Claus. La idea original era hacerlo “más humano”. Los críticos aseguran que el toque creativo tenía como destino acercarlo a la imagen de la empresa. De hecho, hasta los dibujos de Habdon, Santa Claus aparecía de verde o de blanco. En 1931, los spots publicitarios de la empresa lo mostraron con los colores de River. Varios de mis amigos, abstemios de gaseosas, lo han representado con solvencia. Mi primo Ricardo Torres; el poeta Javier Cófreces, y el especialista en actos generosos: Helio Migliore. “Me gusta ser Papá Noel. Somos los antipaladines, gordos y viejos, cuando la sociedad dice que hay que ser joven y fuerte para triunfar. Esa noche ganamos nosotros.” Eso dice Helio, que lleva casi veinte años vistiendo el traje rojo y blanco. Helio es operador de la Central de Emergencias en Rosario –un cargo perfecto para Santa Claus– y, además, periodista. Es verdad, se trata de un símbolo del capitalismo. Una de las mejores creaciones del marketing comercial a gran escala. Un invento de la Coca-Cola. Una chapucería que tiene como objetivo central mejorar las ventas de tiendas y jugueterías sobre fin de año. Es muchas cosas más. Un ser injusto y arbitrario. Reparte, como el sistema al que representa, más al que tiene más y menos al que tiene menos. Los regalos que carga en su bolsa interminable nunca están en relación con la generosidad o la conducta de los niños; sus presentes tienen la medida del dinero. Con todo, debo confesar que cada 24 de diciembre, cuando los niños miran ansiosos hacia la profundidad de la noche, también espero ver a Papá Noel cruzando el cielo.

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