miércoles, 10 de diciembre de 2008
Idealistas-Hernán Brienza
“Yo soy un idealista. Y el idealista es un hombre que vive para su idea de justicia. Debe estar dispuesto a sacrificar cualquier cosa en aras de su ideal. Si hubiera sido necesario, habría sacrificado a mi propio padre para cumplir con mi misión.” ¿Quién es el autor de la frase? a) Ernesto Che Guevara, b) Mahatma Gandhi, c) José de San Martín. Tiene tiempo para desentrañar quién la pronunció. Mientras, voy a intentar convencerlo de que para tiempos como los que corren –estas democracias de baja intensidad– es preferible que las cosas las lleve adelante un hombre corrupto que un idealista. Despejemos categorías: no me refiero al hombre común que tiene ideales y se ajusta medianamente a ellos. Pongamos por ejemplo, el mozo del bar de la esquina de mi casa que sueña con un país más justo, esa chica de ojos verdes que pretende que los gobiernos reduzcan la capacidad de latrocinio o este redactor que sueña con un consenso mínimo ante la idea colectiva de Nación. Me refiero a ese sujeto que pone el ideal –el suyo– por encima de todos los demás valores. Me refiero a ese tipo de idealistas, quijotescos bien intencionados, siempre bien dispuestos a convertirse en el Serguéi Necháiev de Los demonios, de Fiodor Dostoievski. Demás está decir, claro, que me dan cierto pavor los Quijotes de dos por tres y de cinco a siete. ¿Se imaginan a un líder político llevando a su pueblo a luchas contra molinos de viento? ¿Cuál sería el costo de esa “quijotada”? ¿Cómo se puede admirar la locura, la estupidez, la irracionalidad, la falta de conciencia y de responsabilidad en la consecuencia de los actos? ¿No hay mayor sabiduría humanista en esa perplejidad del retacón Sancho Panza que, anonadado, se toma la cabeza cuando ve que su Señor encara hacia las aspas disciplinadoras? ¿No hay mayor piedad hacia el ser humano en Sancho que en el Quijote? Sancho es el típico hombre corrupto. Como el 98% de la población, digamos. Como usted, que no hace lo que debe hacer, como los empresarios, que especulan con los salarios de los trabajadores, como el Estado, que paga sueldos en negro, como los políticos grises, acomodaticios y especulativos que sólo están buscando el negocito individual, como el que escribe estas líneas, que se justifica en la lógica de los medios de comunicación. Dejo afuera de la categoría de corrupto al traidorzuelo de mucha o poca monta, ya que a ellos sí les está destinado el noveno círculo del infierno dantino. Hablo de ese ser humano que se sabe falible, que teme por sus hijos, que necesita del auto, de las vacaciones en Punta del Este, de la “linda damita de Concordia con bello fuselaje” para hacer como que se olvida de que la muerte le anda siguiendo los pasos. También prefiero al corrupto como enemigo antes que al idealista. El primero te da opciones: convence, corrompe, te invita a ser parte (cómplice), y en última instancia –y sólo por una cuestión de negocios, sin cuestiones personales– te mata. El segundo te mata. Sin mediaciones. No negocia. No transige en su ideal. “El revolucionario es un hombre perdido. No tiene intereses propios, ni causas propias, ni sentimientos, ni hábitos, ni propiedades; no tiene ni siquiera un nombre. Todo en él está absorbido por un único y exclusivo interés, por un solo pensamiento, por una sola pasión: la revolución”, dice Necháiev en su viejo Catecismo del revolucionario (publicado en 1869). Un aporte interesante a esta cuestión hizo Oscar Terán en su libro José Ingenieros: pensar la Nación. En su reflexión sobre El hombre mediocre, Terán acusa a Ingenieros de elitista. Repasemos: en ese libro el escritor ítalo-argentino –el resumen es a brocha gorda– sostiene que la sociedad se divide en el hombre que sostiene un ideal y el resto de los mortales son condenados así a la mediocridad de seguir al idealista. Pregunto: ¿no está presente este esquema en todo idealista que modele un hombre nuevo, un Golem a su imagen y semejanza? ¿No es un idealista un Dios de sí mismo? ¿El idealista, en el fondo, no es otra cosa que un aristócrata que menosprecia al resto? Siempre me gustó la frase del escritor austríaco Peter Handke que dice: “Cuando uno tiene una visión del mundo se convierte en un ser despiadado; y el grupo en el que todos tienen una misma visión del mundo se convierte en un grupo criminal”. Me parece que viene a cuento. Una cosa más, no se ilusione. El que escribe estas líneas está más cerca de ser un idealista que un corrupto. Por cierto, ¿acertó el múltiple choice de la frase de la cabeza? No, claro. Hay una trampa. El autor no es ninguno de ellos. ¿Sabe quién la pronunció? ¿No? ¿Le digo? El ex jerarca nazi Adolf Eichmann ante los tribunales de Jerusalén durante el juicio que le hicieron en su contra.
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