sábado, 14 de febrero de 2009
Lucha en el barro-Santamarina
El análisis de las encuestas encargadas por el Gobierno para imaginar el horizonte de octubre de 2009 alarmó a los estrategas oficiales. No hay candidato para el conurbano bonaerense que garantice un triunfo ante la oposición. Ni siquiera Néstor Kirchner, que incluso carga con el riesgo de que una derrota suya haga desbarrancar la gobernabilidad de la gestión de su esposa. El campo sigue acaparando simpatías en el futuro electorado, no tanto por sus demandas sectoriales sino por su simbólico rol de víctima de la “intolerancia” K, esa marca de estilo que impacta tan negativamente entre los sectores medios que votaron a Cristina porque compraron su promesa de cambio de modales. Y el enfriamiento de la economía promete más descontento social. Semejante escenario aceleró la idea de un plan B, no en la economía, sino en la comunicación de la gestión. Hasta hace unos días, la rigidez del plan A –versión pingüina del retroceder nunca, rendirse jamás– le hacía decir en confianza a uno de los ministros más obedientes del kirchnerismo: “Si en octubre nos va mal, no pasa nada, nos vamos y listo”. Esa actitud fatalista llegó a preocupar a la oposición, que desea con ardor limar el poder K, pero que prefiere ir cocinando a Néstor en su propio jugo, a fuego lento, para comérselo sin masticar mucho en 2011. Sin embargo, en la Casa Rosada pensaron que, perdido por perdido, mejor era apostar a recuperar la iniciativa. Y en Olivos le dieron luz verde al plan B. El plan B es simplemente barajar y dar de nuevo. O mejor dicho, embarrarse y medir de nuevo. Si hasta Néstor mide mal, ¿quién es la persona indicada para empujar para arriba las boletas K? La respuesta obvia, de manual, es la que el oficialismo parecía haber olvidado: Cristina. Después de todo, en un país normal, una presidenta recién elegida debería ser la cara ganadora del primer test electoral de su gobierno. El problema es que el rostro de Cristina se volvió antipático ante la opinión pública. Entonces, sus asesores pensaron un maquillaje al revés. Cara lavada, peinado aplastado, camisa empapada, zapatos y pantalones embarrados, nada de Louis Vuitton: en síntesis, look Tartagal. Los locutores de C5N cumplieron en destacar estos detalles, para que no quedaran dudas. La Presidenta estaba con los pobres, mientras Macri, Solá y De Narváez hablaban de candidaturas, impecablemente trajeados, en el Hotel Intercontinental. Los operadores kirchneristas reaccionaron rápido. Había que neutralizar el rating de la cumbre tripartita del PROperonismo, cuyo frente amenaza con picar en punta en los sondeos de intención de voto de los bonaerenses. También fueron ágiles ante el amague ruralista de volver a las rutas: Cristina aprovechó su anuncio de 2.000 millones de pesos en planes sociales para tirarle al campo con la realidad de la pobreza estructural. La Mesa de Enlace acusó el golpe y, seducida por un llamado al diálogo desde Balcarce 50, decidió una minitregua. Si la semana que viene el Gobierno recibe al campo y le hace una oferta que no pueda rechazar, tal vez la Presidenta pueda resucitar de sus cenizas. Y la papa caliente volverá a quemar las manos de la oposición. El martes por la noche, en el hotel L’Etoile de Recoleta, el dirigente peronista Daniel “Chicho” Basile festejó su cumpleaños. Fue Eduardo Duhalde, fue Carlos Ruckauf, fue Ginés González García, que está dejando seducirse por el felipismo, fue el ucedeísta Jorge Pereyra de Olazábal, que acaba de ser reclutado por Alberto Rodríguez Saá como “embajador” puntano en Buenos Aires: el aire olía a pingüino macerado. Se bromeó sobre el vedetismo de Felipe, los “veinte palos” que el Colorado estaba invirtiendo para octubre, y del miedo de Mauricio a incinerarse públicamente por su alianza con el duhaldismo clásico. También se habló de la estrategia oficialista de victimizarse por adelantado, dejando incluso que corra la idea de que a Kirchner le va a ir muy mal en octubre, para que cuando las urnas arrojen los resultados reales, la performance K parezca una hazaña electoral. Al día siguiente, Macri se despegó de Duhalde en plena conferencia de prensa: dijo la verdad y a la vez mintió. Es cierto que Macri desconfía de un largo abrazo duhaldista hasta 2011, y que su gurú semiótico Jaime Durán Barba lo convenció de que él es la niña bonita que todo el peronismo disidente corteja por necesidad. Pero también es cierto que los propios operadores macristas reconocen que sin el know how de los Carlos Brown, los Osvaldo Mércuri y los Alfredo Atanasof, el conurbano sería para el PROperonismo un lodazal intransitable. Pero la pelea de hoy es ahí, en el barro. Y como ya advirtió Cristina, para ser rico, primero hay que parecer pobre.
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