La psicología motivacional ha elaborado dos teorías para explicar los orígenes de la violencia humana: la instintivista y la conductista. La teoría instintivista debe su origen a Charles Darwin, que estudió el papel de los instintos como fundamento de la motivación humana. Según Darwin, cada conducta humana tiene un motivo, y cada motivo es un instinto independiente e innato en el hombre, del mismo modo que en el instinto animal. Si reaccionamos con agresividad, dicen los instintivistas, la causa es nuestro instinto de agresión. Si somos sumisos, la causa es nuestro instinto de sometimiento. Entre quienes continuaron a Darwin se destaca Konrad Lorenz, para quien la agresión humana es un instinto más o menos innato de agresión. Lorenz sostiene en su libro La historia natural de la agresión, que la violencia no es algo que produzcan los hombres mismos, ni tiene su base en las condiciones sociales, sino que nace de la naturaleza misma del hombre. También afirma que la agresión la produce el hombre de forma continua y espontánea en su cerebro, herencia de nuestros antepasados animales. Frente a estas ideas, Erich Fromm observa que el hombre es notablemente más destructivo y cruel que el animal, el que no es sádico ni hostil a la vida. Por eso, cree que la agresividad humana nace de las condiciones específicas de la existencia humana. Pero la neurofisiología muestra de forma categórica los centros o regiones del cerebro que producen agresividad cuando reciben los estímulos adecuados, es decir, cuando una amenaza a intereses vitales los moviliza, tanto en el hombre como en los animales.
La agresividad, por lo tanto, está presente en el cerebro como un mecanismo que siempre puede ser estimulado, pero que si no existen factores desencadenantes, no se almacena y no fuerza ningún comportamiento. En base a esto, algunos pensadores modernos opinan que aquello que Sigmund Freud expuso alguna vez con su teoría del instinto de la muerte, es cuanto menos, discutible. Desde que Freud descubrió y exploró el in-consciente, ya no bastan los alegatos de intención, lo que interesa son los motivos inconscientes que están por detrás de las intenciones manifiestas. Desde Freud, el hombre no sólo es responsable de lo que hace a sabiendas y de sus “buenas intenciones”, sino también de su inconsciente, lo que habla por él es su conducta, no sólo sus palabras.
A partir de esta escueta sinopsis sobre el origen de la violencia no debe llegarse a la conclusión de que estoy exponiendo razonamientos personales. No poseo título académico alguno que me permita mantenerme a flote en esas aguas. Sólo trato, ante la violencia nuestra de cada día, de encontrar alguna explicación posible. Dudar es un modo de pensar, dijo Descartes, y sobre este tema tengo más dudas que certezas. Dudo de aquellos que, permanentemente, dicen de una manera y hacen de otra. De los inteligentes que no suprimen la estupidez, sino que la perfeccionan. De los que viven criticando a los demás, pero reaccionan como energúmeno cuando los critican. De aquellos que, premeditadamente, olvidan que para hablar de honradez hay que ser estricto a la hora de revisar la propia. Dudo de los talentosos, pero a la vez estúpidos del sentimiento. Dudo de mí, porque muchas veces cuando creo descubrir en mí una nueva virtud, no es más que una calamidad. No soy un escéptico que duda por dudar, solo soy un hombre que un día decidió partir desde su ignorancia natural para recorrer un largo camino y tratar de aprender todo aquello que uno puede saber. Pero un día me di cuenta de que no sabía nada y decidí volver a la ignorancia de donde había partido. Dicen, y tal vez sea verdad, que esta es una ignorancia sabia que se conoce a sí misma. Me pregunto si aquí no radica la causa profunda de una disonancia irremediable con aquellos que no recorrieron ningún camino y se quedaron en su ignorancia natural, lugar desde donde hablan con un tinte de suficiencia y se muestran hipócritamente preocupados por la violencia de un mundo desfigurado y expoliado por nosotros mismos.
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