El reloj sonó a las seis, como siempre. Ramiro se levantó con pereza, fue a desayunar, despacio, sin apuro. Se preparó el mate, y tomó hasta las siete menos veinte, tirando a menos cuarto. Salió, prendió el auto, emprendió camino a su trabajo. Recorrió el trayecto de memoria, mientras pensaba en nada. Entró a su oficina, fue saludado por su 23° aniversario en la empresa. Se sentó, y comenzó a leer los papeles.
Ramiro esta volviendo a su casa. No presta atención al hermoso atardecer, esta cansado y solo quiere llegar a su casa. Debería de haber sido un día especial, pero no se diferenció mucho del resto de los días de sus 23 años de trabajo. Llegó a su casa. Su esposa esta cocinando; se saludan solo por saludarse, y se tira al sillón. Toma el diario, y se dispone a leerlo, como todos los días. Por la calle pasa un auto con la música a todo volumen. “Empezó el ritual, nadie dic…” Lo distrajo un poco. Una canción de su época. Volvió a concentrarse en las noticias que hablaban de la crisis en el país. “¡Pá! Hoy salgo, ¿tenés $20?”. Ramiro bajo el diario. Sacó $20 de su bolsillo y se los dio al muchacho de 17 años. Estiró su mano para volver a tomar el diario. Empezó a leer. “…dice nada pero…”. La música le giraba en la mente. Llegó al final del artículo, pero no se acordaba nada de él. Miró por encima de las hojas. ¿Qué hacía ese cuadro colgado, ahí? Dejó el diario. Se acercó. Sus compañeros lo miraban, sonrientes. Aunque no le sonreían a él, solo sonrieron a la foto. También estaba él, mirá, Javier, Lucía… y Pedro…Todos. ¿Hacía cuánto que no pensaba en ellos? “Y ahí es cuando tod…”. Pasaba otra vez el auto. ¿Cómo se llamaba esa canción? No lo recordaba. “Ah…”Casi le pregunta a su esposa. No, debía tenerla anotada, en algún cuadernillo de guitarra. Fue a su armario, lo miró, como pensando por donde empezar, y saco uno, dos cuadernillos. Había carpetas, cosas viejas. Estaba hojeando los cuadernillos cuando un papel se cayó. Estaba doblado en cuatro, estaba amarillento, semiabierto, como invitando a ser leído. Ramiro se agachó, agarró el papel, dejo los cuadernillos, y lo abrió. Sus ojos parecieron congelarse, y su mente viajó hacia otro lugar.
¡Guardaaaa! Guerra de tizas en el octavo “B”. Vuelan las tizas sobre los bancos, de punta a punta, pegando en los chicos que se apuran para terminar alguna tarea en el recreo. Timbre. Otra hora tediosa. Habla el profesor, o da una guía larga. ¿Qué nos importa, a esta edad, el pretérito pluscuamperfecto? A los pies de Ramiro llega una pelota. Ya es la tarde, se arma el partido, en arco chico, en una cancha que disimula muy bien que lo es. La cosa se pone linda. Más allá hay algunos que se esconden para fumar un poco. La bandera flamea por el viento, insoportable. Pero vamos a octavo, ¿de qué viento me hablas? Por la punta corre Peco. Tiro un caño. Mirá, enganchó. Paso dos, tres. Sombrerito al arquero, ¡goool!. De fondo, una parejita tranzando, ajena al golazo. El sol baja, las palomas vuelan lejos, un pelotazo rompió el vidrio de biblioteca, y terminó esa tarde. Después hablaríamos con el jefe de preceptores. Eso por rayar el pizarrón con temperas, escribiendo “octavo lo mejor”.
Lucía escribió la fecha al costado de la hoja. Dejo la lapicera en suspenso, unos segundos, sobre el último número que escribió. Lo repitió lentamente, en un susurro. “¿Qué decís, Lucía?” “No, pensaba… es la anteúltima vez que escribo que es 6 de junio”. Javier se miró con Pedro, preguntando un “¿y ésta qué tiene?”. “Che, qué lástima, estoy en octavo y es la antequinta vez que escribo 6 del 6” parodió Pablo. “¿Antequinta?” corearon Javier y Carla. Y siguieron charlando. Y Lucía pensó que tal vez no era tan grave que ésa sea la anteúltima vez. Pero sirvió solo por un rato.
“Eu, ¿vamos a hacer lo de historia?” “¿Estás loco, vos?” “Dale, que tenemos mañana y después se enoja y…”“Bueno, ta bien… pero mirá, ahí esta Ramiro, por ahí ya lo hizo y… ¡Che!¿¡qué haces como un tontito mirando por la ventana!? Ramiro, lento, giro y vio a Javier con Pablo. Se debía ver estúpido mirando, todo ensimismado, por la ventana. Pero en vez de decir cualquier cosa y charlar normalmente, le salió “¿Pensaron que; en menos de dos años, no nos vamos a ver más?” y los miró, como triste. Pablo hizo un gesto de saliste con cualquiera, y le dijo “Pero qué, ¿te agarró la nostalgia antes de tiempo?” Ramiro bajo la cabeza. “Es que, que se yo, de repente veo que ustedes se van a ir, van a hacer sus vidas, van a crecer, van a disfrutar, van a todo y no vamos a tener tiempo, y vamos a olvidar, y todo va a ser un recuerdo, vernos va a pasar a segundo plano y yo los quiero, no puedo pensar que ya no vamos a estar juntos, que no vamos a jugar al fútbol, que vamos a separarnos y… no sé”. Pablo cambió la cara. “Mirá, yo aprendí un refrán que dice que si no hay solución, no hay problema. Entonces, no te preocupes, si pasar va a pasar igual, disfrutá, ¡qué importa!”. Ramiro pensó un poco. “Es que tengo miedo de disfrutar tanto que después no poder soportarlo” “No seas estúpido-dijo Javier-dale, parate, y nos pasas lo de historia”. Ramiro los miro. Se había olvidado lo de historia.
“El otro día vi al Peco” contó Pablo, a la pequeña ronda que quedaba del numeroso grupo de octavo. “Trabaja de pintor, ¿te lo imaginás, con lo mal que pintaba?” Sonrieron, pero la tristeza se les caía de todos lados. Es que ver a alguien que ya no estaba era como sentir lo que iba a pasar con todos. De repente se irían; nadie olvidaría nada, pero… ya no están acá. Lo ves, lo abrazás, le preguntas qué es de su vida, le resumís todo lo que se perdió, la última del grupo. Se ríen, pero no quieren reír. Porque ya no son lo mismo, porque en algún momento el camino los separó y por más que intenten, están en otra senda. Tienen recuerdos, pero los recuerdos solo pesan. Simulan estar felices, pero ni ellos se lo creen. Y después, cada uno sigue su camino. No sé qué es lo que está mal, tal vez esta todo bien. Pero algo duele cerca del pecho.
“¿Qué escribís?”. Ramiro levantó la cabeza. Despacito, siempre mirando a Carla, soltó la lapicera. “Nada, sonsadas”. Dobló el papel en cuatro, y lo metió en el cuadernillo. Al fin y al cabo, es el último mes. Vamos a disfrutar. “¡Foto, foto!” gritaba Javier. Y, sonriendo a la cámara, fue que sonreímos por última vez todos juntos. O todos los que quedaron, al menos. Sin pensar quién miraría esa foto 23 años después. Sin pensar en algún después.
“En qué lugar dejaré olvidado mis sueños de juventud para comenzar a ser lo que los demás quieran que sea?¿Cuándo será que dejaré todo, para alcanzar algo que tal vez no quiera?¿Cuándo me resignaré, y viviré cómodo y sin riesgos, solo recordando a amigos que no me atrevo a buscar?¿Cómo seré capaz de hacerlo?” “¿Cómo fui capaz?,¿cuándo fue?” susurró Ramiro, 23 años después. Ahora, mejor dicho. Se quedo unos segundos parado, con el papel en sus dedos. Saco el encendedor del bolsillo, prendió una esquina del papel y lo tiró al suelo. Se consumió mientras caminaba hacia el teléfono. Sin pensar, porque pensar es dudar, pensar es decir “mi mujer seguro no quiere”; es decir “pasaron tantos años”, es decir “no debe poder, estoy molestando”. Sin pensar, marcó y esperó. “Hola, ¿quién habla?”sonó suave la voz, apenas más vieja, de Lucía. “Che, Lucía, ¿qué te parece si nos juntamos todos (no era necesario especificar “todos”), en la escuela, para…”“Ramiro, ¿sos vos? ¡Ramiro! Hace años que no te veo…¿qué decías de…”
Y acá, se supone, termina la historia. En realidad, esto que escribo acá tal vez sobra. Es lindo pensar que se juntan todos, en la escuela, y…¿qué? Recuerdan. Y siguen su camino. No, no es el mejor final. Igual, les cuento, de todas formas no es ese el final. Todos se pusieron felices con los llamados, pero algunos estuvieron ocupados, la familia, el trabajo, ¿entendés, no? No es como antes, que uno hacía lo que quería. Y bueno, algunos se vieron. Otros charlaron mucho por el teléfono, y al colgarlo sintieron un dolor cerca del pecho. Revolvieron sus cosas viejas, recordaron, le contaron a sus hijos. Sus hijos pensaron que a ellos no les pasaría, pero no se lo dijeron. Y después, volverían a la rutina, a guardar las fotos viejas, a encontrarse desprevenidos ante un tema de su época, a simplemente conformarse con estar cómodos, y no pensar. Porque se supone, así es la vida. Y yo no sé si esta bien o mal, pero que duele cerca del pecho; duele.
Dedicado a mis compañeros de la Escuela Agraria
y perdón por dedicarles algo tan poco lindo
jueves, 23 de agosto de 2007
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3 comentarios:
¡los extraño!
me siento un boludo secandome las lagrimas despues de volver a leer lo que nos escribiste.
quiero volver a la agraria, quiero volver con ustedes.
nos vemos el lunes! je
aiiii dios eze! nunk lo hbia leido! yo siempre tarde!jaj esta super hermoso los extraño a todos.A TODOS!lo q daria x juntarnos aunq sea una miserable pero alegre hora!! y q en ella no falte nadie!! abrazooo los qiero,,,, por siempre, nuestra promo 08 en el corazon d ada uno d nosotros
a.. soi mari
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