No hay caras visibles. La única cara que se ve es la de un muchacho de traje que se agarra la cabeza frente a una pantalla, muy preocupado, con un celular pegado en la oreja.
Algo pasó con el Merval.
Hubo lío con el Dow Jones.
En el peor nivel quedó el Nikkei.
Cedió tantos puntos el Topix.
Nadie se ha apersonado y no hay nombres y apellidos de personas de este mundo a simple vista. La única presencia humana es la de un muchacho de traje que se agarra la cabeza frente a una pantalla, muy preocupado, con la corbata floja, sudado por los nervios.
Retrocede el Nasdaq.
Se derrumba el Bovespa.
Se rumorea sobre el sub prime.
Algo dicen de un hedge fund.
Una mano invisible hilvana los destinos de los habitantes de este mundo, una mano que no es de nadie, o es de algunos, o es de todos, o vaya a saber uno de quién. La única mano que se ve es la de un muchacho de traje que se agarra la cabeza frente a una pantalla, muy preocupado, como a punto de desmayarse.
Se desplomó la bolsa de Shanghai.
Tembló Wall Street.
Se contagiaron los mercados europeos.
Mostró un retroceso el Par en pesos.
Unos ojos invisibles son los que controlan el asunto o los que lo descontrolan, vaya uno a saber. Los únicos ojos para mirar a alguien a los ojos pertenecen a un muchacho de traje que se agarra la cabeza frente a una pantalla, muy preocupado, directamente desahuciado, acabado.
Mientras, los habitantes de este mundo que tienen una cara visible, un nombre y apellido a simple vista, manos que no son invisibles porque de lo contrario no podrían trabajar, cocinar para sus hijos, extendérsela a un amigo, asisten a estos temblores como espectadores de algo que no está en sus manos, irascible, que los trasciende aparentemente, inevitable o evitable, abstracto o concreto, vaya uno a saber. Pero si finalmente todo esto los perjudica, los daños seguramente no son invisibles.
Una mano invisible teje y desteje el presente de los habitantes del mundo y, de pronto, por una puntada sin hilo o por haber perdido el hilo, o por un punto que se ha corrido o por una lana mal ovillada, o vaya a saber uno por cuál remoto motivo, un muchacho de traje con un celular pegado a la oreja se agarra la cabeza, frente a una pantalla, muy preocupado, directamente desahuciado, acabado, con la corbata floja y sudado, como a punto de desplomarse.
El índice tal quedó debajo del piso psicológico de tantos puntos.
Los mercados se han puesto con los nervios de punta.
Alterados por la salud del sector crediticio de tal país del mundo.
Sobresaltados por la eventual quiebra de la mayor compañía hipotecaria de tal lugar.
La mano invisible sabe lo que hace.
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