sábado, 17 de noviembre de 2007
Golpe a la ilusión
Habrá sido en esos tiempos, cuando lo más importante pasaba por jugar a la bolita y en que jubilación solo era una palabra larga e inentendible, ideal para el ahorcado, que vi uno por primera vez. Solo los veía hablar, con mi mamá y mi abuela, no sabía que decían pero siempre sonreían, mostraban papeles todos escritos, y al hablar daban la seguridad de saberlo todo, de lograrlo todo, lo que hacía que a mi abuela le brillaran los ojos, con un brillo de esperanza. Fui creciendo, la bolita dejó de ser lo más importante, y para ese tiempo, por casa había pasado un desfile de estas personas, siempre sonrientes, siempre con esa seguridad al hablar, pero mi abuela iba perdiendo, de a poco, ese brillo en los ojos, esa confianza por las personas, esa certeza de que en verdad, cada vez estaba más cerca. Eso era lo que decían ellos, en dos días te llamo; pero siempre llamaba mi mamá, en 15 días sale el trámite; solo nos falta un numerito; solo falta este papel... Y siempre dábamos un paso más hacía la meta; pero la meta, siempre, parecía dar dos pasos hacía atrás. Sí, fue en esos tiempos en que conocí al primer vendedor de ilusión, claro que en ese entonces no lo reconocí. No se porque lo hacen... Tal vez querían ayudar, pero no saben como. Tal vez esté bien que lo intenten, aunque parecen no notar que juegan con la ilusión, con la esperanza, con la confianza de las personas. Porque te prometen algo que no saben si podrán cumplir, prometen lo que mi abuela deseaba, lo que mi abuela merecía después de haber trabajado y aportado para el país; pero construyen la promesa sobre el aire, sobre la nada, sobre la ilusión de quienes lo contratan. Ahora puedo decir que los conozco, a través de mis ojos, como niño y como joven, y en el reflejo de las lagrimas de mi mamá, cada día más cansada, como adulto. Puedo decir que conozco a esos vendedores de ilusión, que te encierran en un mundo que no existe, mientras las semanas se transforman en meses, en años. Por esos les digo, a quienes todavía les brillan los ojos cuando les prometen su jubilación, su bien ganada jubilación, sepan que en su camino se cruzan muchos de estos vendedores, aprendan a no escucharlos, a no hipnotizarse con sus sonrisas, a no creerles sus mundos construidos sobre el aire, sus mundos inexistentes.
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